La educación es constante búsqueda de cambio y respuesta a necesidades del país, lo que no siempre logra a tiempo. En la práctica, frente a una sociedad que avanza en progresión matemática geométrica (multiplicando), la educación lo hace como progresión aritmética (sumando), lo que agranda la brecha y su difícil superación.
En las últimas décadas la crítica a la naturaleza y calidad de los saberes de la escuela es constante. Esto, porque la ocupación del sistema educativo ha sido fundamentalmente responder a exigencias universitarias, generalmente alejadas del sentido práctico aplicativo del aprendizaje a la vida cotidiana.
Las críticas provienen, sobre todo, del mundo laboral y empresarial, tomando en cuenta que muchos jóvenes no acceden a la universidad y sus aprendizajes distan de la vida y el ámbito laboral.
Tales críticas aluden a una desmembración de saberes, al operar de forma desintegrada los objetivos de aprendizaje en aprendizajes declarativos, de habilidades, actitudes y valores. Tal atomización enfatiza aprendizajes declarativos (hechos, fechas, conceptos, etc.), en desmedro de su aplicación práctica para la vida con un buen desempeño. Tal divorcio entre niveles de saberes ha influido en que, al tener que aplicarlos de forma práctica en contextos cotidianos presenten déficit evidentes, en tanto el desarrollo de habilidades y actitudes responden a una perspectiva teórico-academicista, artificial, desvinculada de los contextos reales a los que se aplican tales conocimientos.
Como reacción a este comportamiento no se han hecho esperar, desde hace dos décadas, iniciativas en determinados contextos y tiempos. Así, la educación en estándares de contenidos se implantó en el país no hace mucho. Sus evidentes debilidades posibilitaron avanzar un paso más hacia las competencias.
La Unión Europea emprendió, con éxito, el Proyecto Tunning, trasladado y adaptado a Latinoamérica en la década reciente. Tal esfuerzo significó un proceso de encuentro entre empresarios, universidades y educadores, obteniéndose una definición concertada de competencias en niveles generales y específicos.
Estos avances en Nicaragua han significado un paso adelante, pero muy poco comprendidos y profundizados. Los nuevos currículos de todos niveles educativos plantean tales avances; no obstante, aún hace falta valorar en qué medida las competencias que presentan guardan relación con los métodos de enseñanza que se utilizan en el terreno, los recursos con que disponen los centros y los resultados que se obtienen. El cambio de objetivos a competencias ya se ha ubicado en el discurso, pero su puesta en práctica aún sigue respondiendo más a objetivos que a competencias.
Un concepto de competencia ampliamente compartido, aunque con distintas expresiones según autores, se refiere a la capacidad o habilidad de efectuar tareas o hacer frente a situaciones diversas de manera eficaz, en un contexto determinado, movilizando actitudes, habilidades y conocimientos al mismo tiempo de forma interrelacionada. Por consiguiente, se trata de una capacidad de realizar acciones eficaces ante situaciones y problemas de distinto tipo, que el sujeto está dispuesto a resolver con una intención definida y actitudes adquiridas, para lo cual requiere dominar procedimientos habilidades y destrezas para realizar la acción. Pero tales habilidades para que lleguen a buen fin, deben aplicarse sobre objetos de conocimiento como hechos, conceptos y sistemas de conceptos.
Como puede verse la competencia, a diferencia del objetivo que separa y no integra los distintos niveles del saber, se caracteriza por la integración que el sujeto haga de estos niveles de conocimiento no de manera separada sino simultánea.
Por tanto, la competencia más que fijar su atención en el conocimiento que pueda tener el sujeto, la ubica en el modo con que el sujeto actúa en situaciones concretas, de manera que realice las tareas de forma excelente. No se podrá decir que una persona es capaz de cierta competencia, hasta el momento que aplica los conocimientos, habilidades y actitudes a la par, de forma eficaz. A diferencia de los estándares de contenidos que la administración educativa del país incorporó hace unos años, en los que sobresalía el interés por los contenidos, en la competencia no se niega el contenido, pero sí demanda que este vaya integrado con las habilidades y actitudes necesarias.
Una pregunta que es preciso responder cuanto antes: ¿Se podrán desarrollar competencias curriculares en una institución educativa, de cualquier nivel, si los conocimientos que se aprenden no van a la par de su aplicación práctica en contextos reales cotidianos, activando herramientas necesarias como habilidades, procedimientos y actitudes? Más allá de seguir la moda, es preciso someter a un examen cuidadoso la medida en que estas se desarrollan de forma práctica en contextos situados. En ello reside la clave fundamental de la calidad de la educación.