Con frecuencia se habla de la necesidad de mejorar la calidad del sistema educativo, como una respuesta apremiante para frenar los bajos rendimientos académicos y, más recientemente, para que la docencia se convierta en facilitadora del desarrollo de competencias útiles para la vida de los y las estudiantes. Un efecto básico de una educación de calidad ha de ser una alta permanencia y una promoción cualitativamente mejor de estudiantes; el déficit de permanencia estudiantil en todos los niveles del sistema, sin embargo, refleja la persistente incidencia de factores expulsores del sistema educativo que deben ser modificados por una educación de calidad.
El primer factor expulsor a resaltar es una alta presencia de docentes sin herramientas pedagógicas efectivas, o, más aún, carentes de vocación. Se necesitan docentes con pedagogía, motivación y afecto sincero en los procesos educativos. Educar no es transmitir conocimientos, el énfasis no está en enseñar, sino más bien en facilitar y lograr que los y las estudiantes aprendan; y no cualquier conocimiento, sino que aprendan a pensar, que aprendan a aplicar los conocimientos, que aprendan a aprender con herramientas de autoestudio e investigación, y sobre todo, que aprendan a ser, a realizarse como personas útiles a causas nobles. Sólo educadores bien preparados y con vocación pueden llegar a lograr esto.
Los primeros grados de primaria son emblemáticos de esta carencia. En ellos se producen las mayores tasas de deserción y repetición. Entre otros, se sabe que el primer ingreso escolar puede ser traumático; pero por largo tiempo muchos docentes han clasificado a niños y niñas con hiperactividad, falta de concentración en clases y comportamientos similares, como candidatos para educación especial, como si su comportamiento se tratara de problemas neurológicos asociados con el retardo mental o similares discapacidades.
Esto ha explicado en buena parte supuestos bajos rendimientos y el retiro de muchos niños y niñas en este nivel. Este solo ejemplo alerta para una mejor selección de docentes, docentes de vocación probada con niños y niñas para el nivel correspondiente.
Comportamientos docentes similares se observan también con adolescentes y jóvenes; algunos docentes y estudiantes tienden a discriminar y marginar a quienes presentan ausentismos, repeticiones, deserciones o bajas calificaciones. Aunque es sabido que algunos estudiantes con bajos rendimientos escolares, si cuentan con apoyo psico-afectivo, logran comportamientos y desempeños sociales positivos; sin embargo, las actitudes discriminatorias en general tienen un efecto destructivo en la autoestima de este tipo de estudiantes y en su futuro social.
Para modificar esta situación es necesario un sistema de formación y capacitación continua docente de alto nivel, elevar el salario real de la docencia, y una estrategia de comunicación que contribuya a elevar su prestigio social. Esto es devolver al estudiantado y posicionar socialmente una auténtica docencia.
Pero también se debe incidir en el estudiantado, fortaleciendo la educación inclusiva, mediante la cual todas y todos se sienten parte del colectivo, integrados al proceso educativo por igual, tratados con igual dignidad y respeto. Fortalecer el diálogo entre pares es una estrategia que produce valiosos resultados, ya que los compañeros pueden ofrecer mayor confianza para evacuar problemas internos y, a la vez, pueden tener experiencias similares y aportes oportunos para superarlos.
Otro factor expulsor es la oferta de modalidades educativas, en muchos casos inadecuadas al ritmo de vida de segmentos estudiantiles -niños, niñas y adolescentes de la calle o cortadores de café-. Niños y niñas son retirados de las escuelas por sus padres, y adolescentes se retiran por su cuenta, encontrando en ambos casos de mayor relevancia la vida en los semáforos, por resultar más rentable y entretenida.
Comportamientos similares también ocurren cada año a causa de los cortes de café.
Es necesario que el sistema educativo se adecue a las realidades de niños, niñas y adolescentes; no se debe esperar que esas personas en condiciones de pobreza o pobreza extrema cuadren sus horarios y la dinámica de su familia a estas modalidades educativas.
Se deben flexibilizar las actuales modalidades y crear nuevas alternativas de acceso y permanencia.
La falta de atención a la problemática socio-afectiva de estudiantes es un factor expulsor explosivo. Evidentemente, un centro educativo no es un sustituto del hogar ni del conjunto de influencias psico-sociales necesarias para la formación integral de niños, niñas y adolescentes. Pero tampoco se trata de una isla en donde se hace caso omiso a las realidades familiares, comunitarias y sociales de estas personas, las cuales portan una realidad interior, un comportamiento, unas capacidades y unos valores, resultados de estos ámbitos.
Fortalecer una estrategia de consejería escolar que incluya la docencia y directivos, una educación familiar, y brinde atención directa a estudiantes individuales y en grupos, vendría a llenar esta necesidad, proporcionando herramientas psico-sociales de mucha utilidad, para elevar la efectividad de los procesos de aprendizaje y lograr un mejor desempeño individual y colectivo que se traduzca en una plena integración social.
Una educación de calidad tiene el desafío de modificar sustancialmente los factores expulsores del sistema educativo, que atentan contra la autoestima y el desempeño individual y colectivo de niños, niñas y adolescentes, para su natural y efectiva integración al desarrollo social. Esto debe ser prioridad en una reforma de nuestro sistema educativo.
LICLI
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