La vida es una intensa lucha, a veces extrema, que los griegos la calificaban con el término agonía. El hecho de vivir supone una lucha permanente. Todo el organismo vivo, físico, psíquico, espiritual se mantiene luchando, se esfuerza y trabaja arduamente por cumplir y desarrollar sus propias funciones y así garantizar la salud, física, emocional y espiritual.
El estómago, el hígado, los intestinos trabajan para que la alimentación sea vida; los pulmones, el corazón, los riñones mantienen un ritmo incesante de trabajo que dé vida, el sistema nervioso, el cerebro, enfrentan grandes presiones para mantener la vida, los instintos, las emociones, la mente, la libertad, la creatividad, la autoafirmación, la autoestima se unen en dirección a la vida y trabajan por su equilibrio y armonía. Somos vida, lucha, agonía, trabajo, afirmación, desgaste.
El ser humano es todo eso, en una perfecta unidad y totalidad que sólo se realiza en la comunicación interpersonal. Convivimos, nos comunicamos, nos realizamos, son los espacios extraordinarios de encuentros, de armonía y también de lucha debido a diferencias de todo tipo acompañadas a veces de refuerzos agresivos. La convivencia, el aprender a vivir juntos, constituye una constante lucha con múltiples manifestaciones en la vida ciudadana y en la vida social. La lucha es su característica cotidiana.
El ser humano es todo eso, en una perfecta unidad y totalidad que sólo se realiza en la comunicación interpersonal. Convivimos, nos comunicamos, nos realizamos, son los espacios extraordinarios de encuentros, de armonía y también de lucha debido a diferencias de todo tipo acompañadas a veces de refuerzos agresivos. La convivencia, el aprender a vivir juntos, constituye una constante lucha con múltiples manifestaciones en la vida ciudadana y en la vida social. La lucha es su característica cotidiana.
Será la economía con sus múltiples manifestaciones, ajustes, desajustes y desbarajustes; la política con sus directrices positivas y sus ambiciones e intereses intrínsecos, la seguridad ciudadana amenazada a golpes de la envidia, el egoísmo, la injusticia, la educación con su responsabilidad fundamental y sus déficits acumulados.
Todo es lucha, esfuerzo, trabajo, abiertos supuestamente para el bienestar de la gente, el desarrollo compartido, el bien común.
De ahí que resulte tan difícil la convivencia ciudadana, la armonía entre las diferencias y el imperativo del bien común en todo lo que atañe al ser humano, a cada persona, a cada ciudadano y ciudadana.
El clima natural de lucha que acompaña a la vida en sociedad se agudiza, se profundiza y se ramifica en momentos históricos determinados, como en un proceso electoral. El clima se violenta y se puede introducir en el proceso educativo. El centro educativo y el aula son espacios donde convergen y se reúnen personas, directores, docentes, estudiantes, padres y madres de familia, no están inmunes a las presiones y expresiones de la lucha que acompaña a la vida y a la vida ciudadana en cada circunstancia, actualmente de cara a las elecciones generales.
Conviene salir al paso de cualquier amenaza y poner en el interior de cada persona, de cada ciudadano, de cada familia, de cada maestro, de cada alumno los baluartes de la paz, la comprensión, el respeto, la armonía.
El cristianismo, lo mismo que otras expresiones religiosas, ha creado el eje transversal que recorre la vida de cada ser humano y de la colectividad humana, de la Humanidad. Ese eje es el amor, el que a su vez es el principio pedagógico esencial. Todo educador, por la naturaleza de su función, se debe mover a impulsos de este principio. En educación es imposible ser efectivo si no se es afectivo. Ningún método, ninguna técnica, ningún currículum por perfecto y moderno que sea puede reemplazar al afecto en la educación.
El amor crea seguridad, confianza, es inclusivo, no excluye a nadie, por eso respeta los ritmos y modos de aprender de cada uno y siempre esté dispuesto a brindar una oportunidad. El amor no crea dependencia sino que da alas a la libertad e impulsa a ser mejor, ama el maestro que cree en cada alumno, lo acepta y valore como es. Además de amar a sus estudiantes el verdadero educador ama a la materia que enseña y ama el enseñar por vocación, acepta la realidad de que la educación es un modo de ganarse la vida pero sobre todo un medio para ganarse a sus estudiantes a la vida, de provocarles ganas de hacer la vida con sentido y plenitud.
Una genuina pedagogía del amor se vale de todos los recursos y oportunidades para acrecentar la confianza de los educadores entre sí y de estos con los educandos. El vínculo de unión entre los educadores será el de la amistad, el aprecio mutuo, el amor compartido. Así crecerá y se fortalecerá su autoestima, su seguridad personales y sociales.
La vida del educador es también agonía, lucha que en ocasiones genera cansancio e incluso miedo. El educador tiene que enfrentarlos. Para ello hay que mirar siempre al frente pero también al lado, porque ahí encontrará un amigo, un educador con sus mismos sentimientos y problemas, porque se encuentran unidos en la misión más importante, decisiva e influyente para la vida de toda la población y de la patria: Educar, que en el fondo es una especial y profunda forma de amar.
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