Las vivencias como padres nos enseñan que uno de los factores de riesgo o de protección de alta incidencia en el deterioro o fortalecimiento de las relaciones con los hijos son los estilos de comunicación que empleamos. Dichos estilos son un reflejo de conductas, que resultan de las circunstancias que nos toca afrontar en el día a día, así como de aprendizajes recibidos en las etapas previas a ser padres.
Los expertos explican que las conductas más comunes que se reflejan en los estilos de comunicación son: pasiva, agresiva y asertiva. Cada una de ellas tiene sus propias características y consecuencias.
La persona que practica conducta PASIVA: no expresa sus opiniones, tampoco sus deseos y menos aún sus sentimientos. Por lo general, tiende a someterse a lo que cree que está bien para la otra parte, no permitiéndose la satisfacción de sus necesidades. Lo anterior le hace permisiva en su estilo de crianza, conduciéndole a estados de frustración, irritabilidad, indefensión, y finalmente desemboca en estrés.
Por su parte, quienes practican conductas AGRESIVAS: siempre están imponiendo sus opiniones, deseos, intereses y propósitos. Actúan con prepotencia; son mordaces, burlescos e irrespetuosos. Ejercen estilos de crianza autoritarios, son controladores, tienen que llevar las riendas en todo –cueste lo que cueste–; atentan contra la estima personal de los hijos, generando en ellos debilidad, temores y hasta resentimientos. Rosemberg explica que las conductas agresivas son una expresión física de necesidades insatisfechas de quien la practica.
El tipo de conducta que demandan las relaciones padres-hijos son las denominadas ASERTIVAS: mediante este tipo de conducta se expresan opiniones, sentimientos, deseos, sin ejercer presiones ni maltratar, mucho menos agredir a nuestros hijos. Los padres asertivos actúan con respeto hacia sus hijos, refuerzan actitudes positivas en ellos, potencian su estima personal y disminuyen las posibilidades de conflictos con ellos.
Después de múltiples episodios conflictivos con nuestros hijos, hemos entendido que la relación con ellos crece y se potencia a partir de la cercanía, tanto física como emocional y afectiva; ello lo logramos con la práctica de conductas de tipo asertiva. Sabemos que estamos siendo asertivos cuando no somos ni permisivos, ni autoritarios, es decir, que sabemos decir NO sin groserías, cuando lo que piden los hijos no se les debe conceder; cuando no tenemos reparo ni temor en expresar lo que estamos sintiendo; cuando sabemos que ellos no se sienten atemorizados por lo que decimos o hacemos, en fin, cuando hay cercanía física, emocional y afectiva, estamos pendientes y conocemos de sus necesidades, alegrías y tristezas; así se fortalece la confianza, la sinceridad, la transparencia, el respeto y la tolerancia, lo cual nos convierte en los padres que ellos quieren tener; nosotros sentimos que somos los amigos que queremos ser de nuestros hijos.
Amiga, amigo, nuestro deber con los hijos es guiarlos, formarlos en principios y valores para que les vaya bien en la vida. Si estamos practicando conductas pasivas o agresivas con los hijos, decidamos cambiar a conductas asertivas; posiblemente no sea fácil, pero con Jesús se puede. Invítelo a morar en Ud. para que le dé el poder de cambiar, busque ayuda profesional para que le indiquen cómo hacerlo. Diríjase a Él y dígale: “Jesús mío yo le acepto como mi Señor y Salvador, le pido que me ayude a renovar mi entendimiento, a transformar mis conductas; quiero ser asertivo(a) en la relación con mis hijos, y formarlos en principios y valores para que sean personas exitosas y de bien”.
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