Ayer, la Academia de Geografía e Historia de
Nicaragua sesionó en Juigalpa, con motivo del 50 aniversario del
fallecimiento de Josefa Toledo de Aguerri (1866-1962). Me refiero a la
gran educadora, cuya labor forjó la pedagogía moderna en nuestro país
con otras graduadas del Colegio de Señoritas —fundado en 1882— a lo
largo de muchas décadas.
Su carrera abarcó la dirección de varios centros públicos y la fundación —aún en tiempos del general J. Santos Zelaya— y de su propio colegio y la Escuela Femenina de Prensa, de la Escuela Normal de Señoritas, el Colegio de Señoritas Técnico-Práctico y el Kindergarten Modelo. Sin embargo, su vocación educativa fue más amplia, resultando una escritora pedagógica de grandes capacidades, una ensayista —teórica de la enseñanza— y autora de teatro escolar.
Sus piezas, desde luego, estaban vinculadas a su práctica diaria y eran cortas, amenas y fáciles de asimilar, teniendo de objetivo transmitir el civismo, la autogestión y el espíritu democrático de las elecciones; y de inculcar el ideal unionista. Cultivó, igualmente, la crónica de viaje y la biografía breve, el editorial y el artículo divulgativo, como dan fe media docena de obras.
Estas, en el campo específicamente pedagógico, postulaban la revitalización de las escuelas normales (la de Varones fundada en 1908 y la de Señoritas en 1910); la necesidad de establecer un Consejo Nacional de Instrucción Pública, el concepto “nuevo” de escuela como esfuerzo dirigido, perfeccionamiento progresivo, fe en sí mismo, esperanza en la realización de los ideales y abnegación para un exceso de trabajo en favor de los demás; el sentido del Kindergarten y sus críticas al método de Froebel, esencialmente matemático; el uso de libros de texto y otro temas sobre disciplina y moralidad, higiene y sinopsis, colonias y bibliotecas escolares, juntas, academias y asociaciones, la celebración del Día del Maestro y la Fiesta del Árbol, decretada en 1929.
Al mismo tiempo, propugnaba —como feminista pionera— por la superación y los derechos de la mujer. Esta significación tuvieron sus publicaciones periódicas Revista Femenina Ilustrada (1918-20) y Mujer Nicaragüense (1929-30), actividad que presenta otra faceta fundamental de su personalidad: la de promotora cultural. No sólo esas publicaciones periódicas fueron proyectos logrados, sino su Enciclopedia Nicaragüense (1932), de la cual sólo quedó el segundo tomo, pues el primero fue destruido por el terremoto capitalino de 1931. A todo ello hay que sumar el despliegue de una incansable labor como benefactora social, presidiendo numerosas instituciones filantrópicas.
Por fin, vale la pena recordar su trilogía práctica (buena presencia, precisión en el aprendizaje y constancia en el estudio ordenado) que concretaba en su expresión nemotécnica: “Facha, fecha y ficha”. Mas su autorretrato mental la reveló conspicua e inteligente, cortés en su trato y tenaz en sus propósitos, aparte de ofrecer estos principios: la veracidad como virtud predilecta, la integridad como cualidad más estimada en el hombre y la honestidad en la mujer. Su concepto de la felicidad consistía en tener fe, abrigar esperanza y practicar la caridad. Y el de la desdicha en mantenerse inconforme e intolerable.
“Doña Chepita” prefería vivir “en donde la justicia tuviera su mejor representativo”. Declaraba a Cervantes y a Darío, respectivamente, su prosista y poeta predilectos. Chopin era su músico más admirado y Murillo, el español, su pintor más afín. Tenía un libro de Pestalozzi de cabecera y el héroe de la vida real que más admiraba era el padre Mariano Dubón. Su heroína por antonomasia: Rafaela Herrera; su aversión particular, la hipocresía; y su lema: “Todo por la patria, la familia y el honor”.
Su carrera abarcó la dirección de varios centros públicos y la fundación —aún en tiempos del general J. Santos Zelaya— y de su propio colegio y la Escuela Femenina de Prensa, de la Escuela Normal de Señoritas, el Colegio de Señoritas Técnico-Práctico y el Kindergarten Modelo. Sin embargo, su vocación educativa fue más amplia, resultando una escritora pedagógica de grandes capacidades, una ensayista —teórica de la enseñanza— y autora de teatro escolar.
Sus piezas, desde luego, estaban vinculadas a su práctica diaria y eran cortas, amenas y fáciles de asimilar, teniendo de objetivo transmitir el civismo, la autogestión y el espíritu democrático de las elecciones; y de inculcar el ideal unionista. Cultivó, igualmente, la crónica de viaje y la biografía breve, el editorial y el artículo divulgativo, como dan fe media docena de obras.
Estas, en el campo específicamente pedagógico, postulaban la revitalización de las escuelas normales (la de Varones fundada en 1908 y la de Señoritas en 1910); la necesidad de establecer un Consejo Nacional de Instrucción Pública, el concepto “nuevo” de escuela como esfuerzo dirigido, perfeccionamiento progresivo, fe en sí mismo, esperanza en la realización de los ideales y abnegación para un exceso de trabajo en favor de los demás; el sentido del Kindergarten y sus críticas al método de Froebel, esencialmente matemático; el uso de libros de texto y otro temas sobre disciplina y moralidad, higiene y sinopsis, colonias y bibliotecas escolares, juntas, academias y asociaciones, la celebración del Día del Maestro y la Fiesta del Árbol, decretada en 1929.
Al mismo tiempo, propugnaba —como feminista pionera— por la superación y los derechos de la mujer. Esta significación tuvieron sus publicaciones periódicas Revista Femenina Ilustrada (1918-20) y Mujer Nicaragüense (1929-30), actividad que presenta otra faceta fundamental de su personalidad: la de promotora cultural. No sólo esas publicaciones periódicas fueron proyectos logrados, sino su Enciclopedia Nicaragüense (1932), de la cual sólo quedó el segundo tomo, pues el primero fue destruido por el terremoto capitalino de 1931. A todo ello hay que sumar el despliegue de una incansable labor como benefactora social, presidiendo numerosas instituciones filantrópicas.
Por fin, vale la pena recordar su trilogía práctica (buena presencia, precisión en el aprendizaje y constancia en el estudio ordenado) que concretaba en su expresión nemotécnica: “Facha, fecha y ficha”. Mas su autorretrato mental la reveló conspicua e inteligente, cortés en su trato y tenaz en sus propósitos, aparte de ofrecer estos principios: la veracidad como virtud predilecta, la integridad como cualidad más estimada en el hombre y la honestidad en la mujer. Su concepto de la felicidad consistía en tener fe, abrigar esperanza y practicar la caridad. Y el de la desdicha en mantenerse inconforme e intolerable.
“Doña Chepita” prefería vivir “en donde la justicia tuviera su mejor representativo”. Declaraba a Cervantes y a Darío, respectivamente, su prosista y poeta predilectos. Chopin era su músico más admirado y Murillo, el español, su pintor más afín. Tenía un libro de Pestalozzi de cabecera y el héroe de la vida real que más admiraba era el padre Mariano Dubón. Su heroína por antonomasia: Rafaela Herrera; su aversión particular, la hipocresía; y su lema: “Todo por la patria, la familia y el honor”.
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