La educación del país es una tarea compleja y ardua que requiere del concurso de diversos actores. Los padres y madres de familia juegan un rol de primer orden. Su papel educador también reviste gran complejidad, tanto al realizarlo en el hogar, como proyectándolo en el centro educativo de sus hijos, para configurar su identidad y personalidad, incorporando saberes cognitivos y emocionales que les preparen para una participación ciudadana crítica y efectiva.
La familia constituye el espacio educativo por excelencia, en tanto los saberes y valores que transmite a sus hijos, constituirá el principal resorte vital a lo largo de su vida. Como célula fundamental de identidad, interacción y aprendizaje, representa el escenario privilegiado para proporcionar a los hijos un acervo amplio de experiencias afectivas y cognitivas. Esta educación no formal e informal representa el lado más preciado del desarrollo de la niñez y juventud, por tener una impronta profunda en sus vidas. De ahí que las actitudes y valores que padres y madres modelen cada día ante sus hijos e hijas, se constituyen en su principal patrimonio, impregnándoles su identidad, personalidad y carácter.
Cuando esta herencia trascendental resulta trastocada por la separación, desunión y descuido de padres y madres, pronto se develarán sus consecuencias negativas en los valores y personalidad de sus hijos, proyectándose en el centro educativo con un peso específico no siempre comprendido por directores y docentes.
Los currículos educativos representan el proyecto de vida educativa a desarrollar por los centros, constituyéndose en los mediadores fundamentales entre maestros y los estudiantes. Sin embargo, comprometen muy poco a padres y madres, haciendo recaer todo el peso educativo en los docentes.
Cada día la acción educativa de los centros educativos se reviste de mayores tensiones, sobrepasando las capacidades docentes que interactúan a diario en las aulas. La globalización y los acelerados cambios que se producen en el conocimiento y la tecnología, ubican a los maestros en gran desventaja, por cuanto no tienen acceso amplio a la tecnología y al conocimiento actualizado.
Tal rezago y complejidad se acrecientan, cuando su soledad se intensifica al no contar con la participación de los padres de familia.
Frente a las dificultades que envuelven la educación, son pocos los padres que deciden apoyar la labor de la escuela interactuando con sus maestros, prefiriendo la mayoría desresponsbilizarse de su participación, sin pensar en las tristes consecuencias que ello causará en sus hijos.
La experiencia que el Ideuca viene desarrollando en diversos estudios y programas de innovación educativa, dejan al desnudo esta problemática, proporcionando aprendizajes que alimentan el haber teórico y práctico del conocimiento educativo.
La esencia de estos saberes construidos evidencia que, pretender mejorar la calidad de nuestra educación, guarda estrecha relación con la calidad con que la familia participa en el centro educativo.
Resulta interesante constatar que, aquellos centros educativos que logran dinamizar y movilizar a los padres involucrándoles como colaboradores directos en la educación de sus hijos, son los que ofrecen mejores resultados en la calidad de los aprendizajes. Por el contrario, aquellos que presentan mayores déficits de calidad reflejan, muy bajos niveles de participación familiar.
Algunas acciones interesantes que los centros de avanzada realizan proporcionan claves significativas:
-Mejora el aprendizaje de la lectura y escritura cuando los padres participan en reuniones con los docentes y aprenden a aplicar en casa los refuerzos necesarios.
-Organizan a padres y madres en la comunidad y reúnen a niños y niñas para reforzarles aprendizajes de lectura, escritura, matemáticas, etc.
-Invitan a padres y madres para apoyar a los maestros en el aula con experiencias interesantes de aprendizaje.
-Los padres apoyan cada día a sus hijos en casa con las tareas, ayudándoles a leer y escribir con corrección, siguiendo las orientaciones de las maestras.
-Directores y docentes inciden para que sus alumnos modifiquen sus hábitos nutricionales, eliminando comida “chatarra”, a la vez que involucran a los papás en el proceso. Un estudio reciente del Ideuca demuestra que la desnutrición y obesidad de niños menores de cinco años son preocupantes.
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