Múltiples indagaciones manifiestan que el fracaso escolar es una realidad. Mientras que en Europa cuesta aceptar esta verdad, en Estados Unidos el malestar de los estudiantes está siendo objeto de una honda investigación. Se ha llegado a la determinación de que el fracaso escolar de los muchachos se debe a que los planes docentes se utilizan por igual para chicos y chicas, sin cuidar las exigencias de cada sexo.
Esta imparcialidad ha beneficiado a las niñas. La instrucción, la conducta y la afectividad han provocado una feminización o acomodo a los gustos, destrezas e inclinaciones de las mozas. La hegemonía de lo femenino produce desengaño y apatía en los niños.
El enigma empeora ante la falta de patrones masculinos de referencia. Si en el hogar es la mamá quien instruye a la prole, en el colegio la enseñanza está feminizada: casi el noventa por ciento de los educadores de los liceos americanos son profesoras.
A diferencia de lo que sucede en Europa, en Estados Unidos, está emergiendo un clima de opinión propicio a la enseñanza diferenciada. El Departamento de Educación aprobó la instauración de centros públicos por sexos. Existen más de 500 colegios públicos con aprendizaje diferenciado.
Estos centros aplican procedimientos pedagógicos diferentes para cada sexo, aunque los objetivos sean los mismos. Varios informes manifiestan que los chavales precisan jerarquía, método, emociones impetuosas, que se les propongan retos, dureza, comparación, pugna; factores que se han eliminado del sistema escolar.
Una de las iniciativas de mayor alcance ha sido la inauguración de centros públicos para chavales, donde gran parte de los educadores son varones. Los pedagogos, saben cómo canalizar el arranque masculino que se manifiesta en las pujanzas de los chicos. Una oportunidad para instruirse, en lugar de entenderlo como un mal proceder que debe ser abolido.
En la Declaración Universal de los Derechos Humanos se declara que “los padres tendrán derecho preferente a escoger el tipo de educación que habrá de darse a sus hijos”. Son los progenitores y no el Estado los titulares del derecho a la formación de su prole.
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